Rosario Herrera
El Chapo, ¿más allá del ojo del poder?
Rosario Herrera Guido
El panoptismo [el ojo del poder]
ha sido una invención tecnológica
en el orden del poder,
como la máquina de vapor
en el orden de la producción.
Michel Foucault
La segunda fuga de un penal de “alta seguridad” de Joaquín Guzmán Loera (El Chapo), satura los medios de comunicación nacionales y extranjeros, no se diga las cada vez más ingeniosas redes sociales, en las que recién circula un fajo de dólares para simular “el túnel por donde se escapó El Chapo”. La mayoría de los medios, sus locutores, periodistas y analistas políticos coinciden en que se trata de una huida que pone en duda tanto los discursos como las medidas oficiales en materia de seguridad, combate a la delincuencia organizada y lucha contra la corrupción. Medios que no dudan en afirmar que se trata de un escape que requirió de una empresa de ingeniería colosal y de una vasta operación de inteligencia infiltrada en las entrañas del penal. Hasta los medios y los líderes de izquierda, apostándole al modelo carcelario de la modernidad para pagar y evitar el crimen, interpretan este escape de El Chapo como uno de los reveses más duros en los tiempos que corren a Peña Nieto, quien en una entrevista televisiva consideraba como “imperdonable” una segunda fuga. Mucha tinta, pantalla y cable óptico sin tratar de profundizar en el problema del crimen organizado y el castigo carcelario.
Porque desde que el filósofo francés Michel Foucault toma como objeto de investigación a la prisión, más aún, la historia del castigo, es imperdonable no recurrir al nacimiento de la prisión y las formas de castigo para internarse en el tema: 1) el exilio (la expulsión más allá de las fronteras y la confiscación de bienes; 2) la compensación (conversión del delito en una obligación financiera); la exposición (la marca, un signo visible sobre el sujeto castigado) y 4) el encierro. Ya sabemos que la justificación de la prisión en la modernidad es la delincuencia. Aunque la prisión, desde sus orígenes es objeto de críticas y denuncias, porque no disminuye la tasa de criminalidad, provoca la reincidencia, fabrica delincuentes y favorece la organización del medio delincuente, (Foucault, Survaillier et punir [Vigilar y castigar], París, Gallimard, 1987, p. 269-273). Pero la respuesta a estas críticas es siempre y tercamente la prisión. Pues lo que importa no es concebir la prisión, su fracaso y su reforma, sino implementar consciente o inconscientemente un sistema simultáneo, que históricamente se superpone: 1) el suplemento disciplinario de la prisión, como un superpoder; 2) la producción de una objetividad; 3) una técnica y 4) una racionalidad penitenciaria ((Foucault, Survaillier et punir, pp. 275-276). Porque, como puede verse con claridad meridiana, teniendo como paradigma el caso de El Chapo, la prisión no corrige sino que produce delincuencia, una pieza clave para el ejercicio del poder.
También, en compañía de Michel Foucault, no debemos olvidar que “El panoptismo [el ojo del poder] es el principio general de una nueva ‘anatomía política’ cuyo objeto y finalidad no son las relaciones de soberanía, sino las relaciones de disciplina” (Foucault, Survaillier et punir [Vigilar y castigar], París, Gallimard, 1987, p. 210). Con lo que nos coloca frente a la formación del sistema carcelario occidental, pero no sólo para analizar a la prisión sino los mecanismos de disciplina, la tecnología política de los cuerpos, con sus dos técnicas de castigo: el suplicio y la disciplina (basado este último en el Panóptico).
Michel Foucault, sigue el modelo del Panóptico del filósofo británico Jeremy Bentham (1748-1832), para pensar el maravilloso y célebre pequeño modelo de la sociedad de la ortopedia generalizada, de la disciplina como arquitectura y gobierno del poder, que consiste en un edificio en forma de anillo, con una torre central y rodeada de celdas, las cuales cuentan con dos ventanas, una hacia el exterior y otra hacia el interior, y donde el vigilante de la torre se convierte en “el ojo del poder”, que mira todo y a todos sin ser visto. El Panóptico, que sirve para enmendar a los prisioneros, curar a los enfermos, controlar a los locos, instruir a los escolares, vigilar a los obreros y hasta hacer trabajar a los mendigos y los ociosos (Foucault, Survaillier et punir, p. 207). El sueño de Bentham y de la burguesía: más que una arquitectura, una forma de gobierno, el ejercicio del poder sobre el espíritu (Foucault, Dits et écrits II, París, Gallimard, 1994, p. 437). Un modelo que Foucault convierte en un objeto privilegiado de investigación: la sociedad disciplinar, panóptica, que se inscribe entre las técnicas para ordenar multiplicidades y diversidades humanas, con mayor intensidad y al menor costo económico y político. Un poder inmaterial que se ejerce permanentemente para abrochar al individuo a un espacio que es mirado continuamente para seguir la curva de su evolución: arrepentimiento, corrección, curación o adquisición de saber, en la prisión, el hospital o la escuela. Pero como todo centro de poder se traga a sí mismo, no hay prisión que no pueda ser transgredida, más si el prisionero no es despojado de los poderes que le permitirán la fuga. Por ello la pregunta obligada: El Chapo, ¿más allá del ojo del poder?
Imposible no recordar que Sigmund Freud, conociendo la faz terrorífica y perversa de la ley, como absoluta, autoritaria y dictatorial, que en lugar de pacificar incita a ser violentada, en “El porvenir de una ilusión” de 1927 (Freud, Amorrortu, 1987), además de referirse con sarcasmo a los norteamericanos porque han decidido no volver a beber vino y no engañar a sus mujeres, advierte con ironía que no quiere decirnos lo que va a pasar con esa ley. Una ley que, como sabemos, condujo al mercado negro del vino y a la conformación de la pandilla de Al Capone. Una ley severa que hoy más bien invita a ser desplazada en favor de la legalización de la droga, que en acrecentar hasta el infinito los cuerpos policíacos y las cárceles, incluidas las de “seguridad”, con el pretexto de erradicar el crimen organizado. Un proyecto de ley que legalice las drogas, más ahora que el aumento de las fuerzas policíacas tiene mucho más que ver con el temor del poder, a causa de sus propios “pecadillos”, que con las serias intenciones de erradicar el crimen organizado.
Pues si de seguridad, combate a la delincuencia organizada y lucha contra la corrupción se trata, la guerra contra el crimen organizado seguirá siendo infructuosa, porque la prohibición de las drogas está sostenida en una ley terrorífica, que por lo mismo las hace más atractivas y las encarece, convirtiéndoles en el gran negocio jamás imaginado, además de que los recursos destinados a combatirlas convierten en millonarias las ganancias de todos los agentes involucrados en este tragicómica “guerra contra el crimen organizado”.