Juan Pablo Ontiveros Vázquez
Ensayo sobre “la burbuja”, la discriminación de pensamiento y sobre el despertar del sueño de una noche de verano.
(2 de julio de 2018, Ciudad de México)
Dormí pocas horas. Dormí el lapso que separó al festejo de las elecciones del partido mundialista de México. Dormí poco pero desperté ligero, alegre, distinto.
Hoy es profundamente diferente a cualquier otro día, aunque todo se vea igual. La avenida San Jerónimo se ve igual; transitada como siempre, como cualquier lunes. No ha cambiado nada en apariencia. Aún así ha amanecido distinto. Sucede que desperté con otra forma de ver el mundo: mis ideas están profundamente transformadas, la concepción que tengo de tantas cosas ya no es la misma. Ya nada puede ser igual, algo se rompió, se abrió una grieta grande en el muro, por la que se mira algo que es mejor a lo que somos hoy. La victoria de Andrés Manuel nos ha cimbrado a todos, como ninguna elección lo había hecho. Seguidores y detractores estamos, de algún modo, ensimismados en nuestra esperanza alegre, unos; en su enojo frustrado, otros. Pero atentos, todos atentos.
Entiendo superficialmente el sentir de los que piensan desde el otro lado de las ideas, desde la Derecha. A pesar de conocer su pensamiento –a fuerza de convivencia diaria con el mismo–, no puedo entender plenamente las cavilaciones y emociones que seguramente hoy tienen, o que hacen saber con estruendo en las redes sociales. Pasa que a pesar de –insisto– conocerlo, su pensamiento me parece insostenible y generador de convicciones indescifrables. Insostenible pero comprensible desde el contexto –social, económico, académico, geográfico– en que dicho pensamiento se genera. Es algo así como lo normal, simplemente porque el pensamiento distinto no encuentra nicho fácil en ese entorno para echar raíces. Sucede que el pensamiento distinto, el de Izquierda, crece fuerte en la disconformidad, se nutre de ella y por ella existe. La Derecha conserva y se conserva aquello con lo que se está conforme; la Izquierda cambia y se cambia aquello con lo que se está incómodo –y estoy siendo eufémico (cuestiones estéticas). Y no, la derecha y la izquierda no es que se diferencien tanto por un asunto de teorías económicas, eso es contingente; se trata de un asunto mucho más sencillo, y por lo tanto paradigmático, es un asunto de vida, de visión del mundo, de si preservas o transformas.
El mundo en el que el pensamiento de derecha es, en una palabra, el sano pensar, es bello en apariencia: se ve bien, hay flores en los camellones, pasto verde entre los adoquines, un portero amable que te abre la puerta del fraccionamiento; hay fiestas de decoración interesante y bocadillos divertidos, hay cenas aristócratas en las que se habla de economía o filosofía, hay otras en las que se charla de futbol o de Acapulco, del beso de ayer. Hay un sentido de decoro en la apariencia personal, la buena ropa, el maquillaje; hay actitudes cortesanas, cuando lo reclama el encuentro y hay diversiones desbocadas. Hay universidades de pisos brillantes y techos perfectamente iluminados, salas de biblioteca, internet en el campus; un joven leyendo a Dickens en un jardín, hay atletas, estudiosos y eruditos. Hay oficinas de trabajo acelerado y gratificante, de zapatos de tacón y corbata, de gafete y hora de comida en el café “Godín”. Hay trabajo que se consigue con esfuerzo, con preparación y disciplina. Hay tantas cosas sorprendentes que yo me preguntaría: ¿quién en su sano juicio estaría inconforme, aunque haya baches en la calle? Nadie, por supuesto.
No, no se trata de que ese mundo esté mal en sí, aisladamente. Ya lo he descrito, es hermoso y cómodo, muchas veces retador y emocionante. Esto, más bien, se trata de que ese mundo no es todo el mundo. Siendo precisos es un submundo bendecido, que flota –flotaba– como burbuja. Qué se mantenía sano con conceptos económicos y tecnicismos jurídicos, con conceptos de administración y eficiencia empresarial. Es tan bello que es difícil quitarle la mirada, es difícil mirar ese borde de la burbuja que tiene la respuesta de la realidad: hay un mundo más grande, un México más grande sobre el que el tan descrito “México estable” se sostiene, del que forma parte.
En ese otro México, en el “México invisible”, también hay humanos, tan humanos los unos como los otros. Humanos con sueños, con esperanzas, con sonrisas, con lágrimas, con ideas, con pensamientos que inspiran, con creatividad desmedida, con familias. No obstante, es un México diferente; es un México incómodo, hambriento, traicionado, olvidado, hacinado, violentado, insultado, menospreciado, roto; es el México de los pobres, de los de escuela sin techo, con piso de tierra; es el México del trabajo duro en serio, en dónde el trabajo es más físico que de escritorio, y físico no es correr en el metro en hora pico, sino cargar costales y preparar cemento; es el México de la pizca, de la parcela, de barrer la casa ajena y planchar la camisa fina del patrón. Es el México de la enfermedad sin cura, del frío sin cobijo, del calor sin refugio. Es el México del agua sucia, de los campos contaminados, de las hijas violadas sin abogados para asistir la denuncia, de los hijos colgados del puente cercano. Es un México sumamente doloroso. Es México también. Es el México por el que la izquierda no puede dormir, mientras la derecha festeja un cumpleaños en un antro, con botellas de $1,200 pesos. Es México también. Es México también. Es México también. Son personas también.
Hoy es un día distinto porque ese México se ha impuesto frente al otro, de forma invencible, apabullante, pero, sobretodo, alegre. Se escuchaban sus pasos venir, cada vez más fuerte. Es el estruendo que despertó a la Derecha de su comodidad, que los asustaba y los ponía ansiosos : “¿qué querrán? ¿por qué me cierran la avenida con flores en el camellón?,¿por qué cercan el edificio del Senado, donde trabaja mi mejor amiga como asesora, qué no ven que le complican el día?,¿de qué se quejan?,¿qué no ven que quiero trabajar?,¿por qué no están trabajando? ¡Dios, qué necesidad de tanto alarde! ya alguien écheles a los granaderos.”
Derecha: no es que su submundo, nuestro submundo, esté mal; es que el otro mundo, el grande, del que somos un subconjunto pequeño, está muy mal. Algo se hace mal en este todo que el casi todo está muy mal, mientras que el casi nada se quiere conservar.
Hoy se siente distinto, porque mis ideas tienen más sentido. Dentro de esta bella burbuja los pasos fuertes que se escuchaban acercándose decididos han logrado imponerse a nuestra vista. Lo más noble: lo lograron en la contienda de todos, de los dos Méxicos, del conjunto completo. Derecha, ¿a qué le tienes tanto miedo que desprecias de forma tan agresiva, como el pequeño Chihuahua que pela los dientes frente a un ser más grande que se le acerca?
Hay quienes, por circunstancias personales, hemos salido muchas veces de la burbuja. Por supuesto eso es un decir. Salir de la burbuja, en estricto sentido, sería experimentar la vivencia del “México invisible”, en angustia propia. No, no he llegado a eso; pero si he visto el “México invisible”, muchas veces. Crecer en una familia de Izquierda y activismo te enfrenta a la realidad una y otra vez. Ves a la señora llorando, violada, golpeada gravemente, pidiendo ayuda a tu madre, la abogada, porque no tiene para pagar un abogado, no tiene el padre responsable que la abrazaría y vengaría su desgracia, no tiene más que un hijo muerto, otro en Estados Unidos y sus nietecitos que venden pulseras o cuanta cosa crean que pueden cambiar por una moneda. La escuchas atento, el relato de su mundo sin escuelas y universidades, de trabajo para comer, literalmente, no para pagar el Honda. El relato de ese mundo sin Estado, donde la oficina del Ministerio Público está derruida y degradada por la negligencia. La escuchas, no pide ayuda para su pierna “mala”, que no haya donde atender; pierna mala con la que, aún consumida por el demonio de la violación, se levanta todos los días a las 6 de la mañana, para obtener mugre en sus codos, a pesar de sus 61 años. La mugre que consiguió junto con comida para ese día, ojalá para dos.
Un mundo donde no se tiene certeza de nada no se consume en un postulado abstracto y casi absurdo “uno nunca sabe si mañana se va a morir”, sino en otro más alarmante “uno nunca sabe si se le dejará vivir”. Y con decir vivir puede decirse poco, puede decirse no muerto. Pero vivir también podría ser vivir feliz, sano, educado, animado, retado en términos del camino a la plenitud. Y es que es eso… creemos que ellos nos dicen que a nosotros no se nos reta; claro que se nos reta, pero se nos reta para ser más, no para apenas ser. El reto de ellos es ser a penas y penas.
Son méxicos distintos pero no desunidos. Hay un hilo conductor. Hay algo que nos encadena para estar unidos y ser “México”, y no, no hablaré de cultura. Se trata del gobierno. Es el mismo para todos.
Los últimos gobernantes han salido de este “México estable”, han sido gobernantes de la derecha. Son como nosotros, hablan como nosotros, estudian donde nosotros y como nosotros, comen como nosotros, se visten como nosotros, tienen familias como las de nosotros. Son de los nuestros, de nuestro tipo de vida. Nos entienden bien. Pero tienen dos problemas: no entienden bien al otro México, que es casi todo México y, además, se corrompieron. La Derecha “de a pie” vive de su trabajo honrado, mientras que la Derecha del gobierno vive del gobierno. Pero como el mundo de la Derecha no cambia –mucho– , no parece ser tan grave. Como que la corrupción no es el principal problema de México, parece ser. Los problemas de México residen en uno mismo, ¿no es así?. El mundo bello de la Derecha, como todo mundo humano, no está exento de la maldad, de la deshonestidad, pero a pesar de esas desgracias, no es una maldad que quite la comida ni una deshonestidad que prive de la fiesta o del trabajo honrado. Es más un enjambre de mosquitos, con los que se convive en la fogata, que un dragón rapaz. Ellos roban, nosotros los toleramos; después de todo, está mal, pero es tolerable y uno tiene que trabajar y estudiar, porque «México va a ser mejor si uno hace eso», «el cambio está en uno mismo», además nadie quita que en una de esas llegue uno aún más parecido a nosotros: de Derecha y honesto, y atrape a los corruptos. Todo eso tiene sentido en sí mismo y no obstante, es verdaderamente absurdo en términos políticos. Nosotros sabemos de eficiencia empresarial, de construcción de proyectos sólidos con esfuerzo y astucia. Bueno, así es ese proyecto, el del negocio del gobierno corrupto: es sólido, eficiente en sus propósitos y ensimismado, porque, repito, “el éxito está en uno mismo”. Para una persona con moralidad sólida puede ser mas qué difícil, imposible, vencer, solo, a un régimen así desde adentro. Es sencillo bloquear a quien se oponga y aniquilarlo. El gobierno tiene todos los medios y recursos para destruir a cualquiera, y más en su propia cancha y en sus propios partidos. Los individuos no son el ocaso de los malos gobiernos, son los pueblos.
Tener estos pensamientos dentro de la burbuja me trajo la discriminación de ideas. Uno entre muchos se convierte en un “chairo”. Una cierta sensación de resistencia y paciencia nos lleva, a los de izquierda en la burbuja, a portar el título de chairos con orgullo, es nuestro mecanismo de defensa. No obstante, la discriminación nunca ha sido mortal, porque no se nos teme, más bien se nos toma como “pendejitos”.
Para el que vive cómodo la política raramente puede vislumbrarse o entenderse en su verdadera magnitud; es un quehacer un tanto obsoleto y anacrónico, un afán de gente necia que no tiene trabajo. En la Derecha el político es el burócrata, pero la burocracia es administración, no política. El vacío de contenido político es llenado por el conocimiento económico o adminitrativo con el que se esboza una formidable manera de mantener el status quo, e incluso, hacerlo mejorar en el sentido en el que apunta, es un cambio paradójico y artificial que no alcanza a todos. A veces el discurso económico logra elevarse correctamente, y se nos ofrece un modelo para ayudar a todos. Eso está perfecto, simplemente se le olvida algo a la Derecha. Uno no cocina bombones contento en la fogata si se lo andan comiendo los mosquitos, por más que se les tolere. No hay forma de mejorar económicamente, con los postulados que sean, si el gobierno es corrupto. La corrupción de los gobiernos y la opresión, así como la defensa de las libertades y derechos, no son asuntos económicos, en esencia; sino que son asuntos políticos.
La política trata de otras cosas, menos exactas, como el poder; cosas que se exponen en una ciencia extraña cuya cientificidad a veces se desdibuja y que no por eso es menos real o necesaria; es una constante en nuestra naturaleza. El error de la Derecha es eufemizar la corrupción y romantizar la pobreza. Para el “México estable” los problemas políticos son menos incómodos y si a eso se le aúna que nuestra visión está limitada por nuestra circunstancia, es fácil querer juzgar al pobre desde los zapatos del clase media o rico.
A pesar de encontrar desprecio de pensamiento en el entorno en que me desenvuelvo cotidianamente, logré convencer a algunos. No, no pude darles demasiados argumentos económicos. Yo soy un artista, soy poeta y compositor de música clásica -y aún así me discriminan llamándome inculto o chairo ignorante-, soy un abogado más tirado al humanismo que a asuntos técnicos. La economía me resulta insípida cuando el pobre deja de ser humano para ser cifra estadística. Me parece tan exacta como la música planeada y perfecta en la teoría pero que no despierta el menor de los ánimos. No debemos normalizar pensamientos que no contemplen, como condición indispensable, la erradicación del sufrimiento por hambre, la erradicación de la ignorancia, de la insalubridad, de la violencia, y de otros muchos males que no son los males intrínsecos a la naturaleza humana. Con esas ideas, más con el corazón en la mano, más con la boca de Rousseau que de Smith (por hablar de algo clásico), es como logré convencer a muchos, que con su eminente conocimiento económico lograron darse sustento propio. Ellas y ellos me explicaron a mí como la idea humana que yo aportaba podría llevarse a acabo. Son los que entendieron que mejorar el otro México no implica destruir el nuestro. Son los que no tienen miedo porque entienden más, porque la inhumanidad de la indolencia logró carcomerles los sueños, y porque -vayamos a verdades absurdas que parece casi innecesario recordar- también hay doctores en economía en la Izquierda.
Hay otros que tienen miedo, pero que reconocen el derecho de los del “México invisible” a luchar y cambiar el gobierno. Son los que observan con expectativa, que temen perderlo todo, pero que entienden que el «México cifra» está vivo, y logró algo histórico.
Y también hay otros más, que persiguen e insultan, que proyectan su miedo con mucho odio. Hay esos otros que tienden al clasismo más alarmante. Esos que, tomándose un mezcal de 200 pesos en Coyoacán, te dicen que los pobres son flojos y nomás estiran la mano, mientras un niño de 6 años les vende un chicle siendo las nueve de la noche. Lo dicen como si nunca les hubieran limpiado el parabrisas. Lo dicen con su título universitario en la mano, ese que sus padres les pagaron. Ese que algunos consiguieron haciendo lo que ellos llaman “huevonear”. Lo dicen sin entender que sólo estudian los que comen, y que para comer y estudiar, o te pagan la comida o te pagan por estudiar –a eso se le llama beca–, lo dicen como si el joven que malestudió con hambre y cansancio, con escuelas deficientes, pudiera acceder a una beca que sólo algunos salidos de las mejores secundarias o preparatorias obtienen. Como si hubiera suficientes becas o universidades. Lo dicen como si fuera un crimen ser pobre. Lo dicen porque sienten que los pobres quieren arrebatarles todo, por envidiosos. De pronto, todos los de izquierda, pobres y no pobres, somos huevones e ignorantes, dogmáticos irracionales. Lo he leído de algunos que conocí en las aulas y de los que tengo la certeza -acreditable a través del tan alabado y absurdo sistema de calificaciones- que «echaban más la hueva» que yo, que leían menos, que salían más, que se quejaban fácilmente por una lectura de 100 páginas, pero el huevón siempre será el de izquierda. Y claro, si a la pregunta ¿quieres cambiar el “México estable”?, contestaba que sí, ¿cómo no les iba yo a parecer idiota? Es hablarles en chino.
“No se preocupen si los lápices del INE se borran, con la mugre de los codos pueden votar, pinches chairos”, circulaba el momaso discriminador por redes sociales. No lo puedo creer. Piensan que el pobre sólo admira a AMLO, desde su letargo, que va y vota por él porque lo van a mantener y ya, cuando el pobre enfrenta, diario, la agobiante tarea de sobrevivir y, además, lucha políticamente. El pobre es menos ignorante que el rico, en muchos sentidos, porque, aunque no lo aprendiera en la universidad, entiende, desde su experiencia, que el gobierno sólo se transforma haciendo política, que se trata de organizarse y vencer. Así se han organizado y vencido no pocas veces, sino siempre. Uno acá con la teoría, ellos con los hechos y con la entrega. Han, incluso, tomado las armas muchas veces y masacrado nuestro mundo, que siempre resurge más libre, porque ellos saben compartir sus victorias. Ellos enseñan desde la vida, no desde el aula, que no hay libertad o derecho que se consiga «tirando la basura en su lugar» o «no metiéndose en la fila», sino arrancándolo de quien no lo reconoce. El humano que no reconoce espontáneamente, y más desde la vocación del gobierno que es servicio público, el derecho de otro, tiene algún mal en el alma, y trabajando duro, la Derecha, en sus asuntos legítimos, no lo va a sanar; bueno, me parece hasta ridículo tener que evidenciarlo. Como si el mal gobierno se conmoviera de pronto al ver tanta gente respetando el alto o recogiendo las heces de su perro en Parque España.
Hoy es un día distinto. Andrés Manuel no salió del mundo de la Derecha; emergió del “México invisible”, lo entendió, entendió su vínculo con el gobierno, entendió las causas de sus males, entendió la actitud de nuestro mundo, entendió las deficiencias de los anteriores intentos de cambio y se dispuso a organizar y luchar. Lo más importante es que extiende los brazos a todos, no se trata de un México que venza al otro, sino de un México para todos. Ya no es «ellos y nosotros», somos todos. No entiendo cómo se le señala de dividir a México. En la noche de ayer -1 de julio- todos, en el Zócalo de la capital, éramos iguales, sin importar nada, éramos el mismo pueblo y así seremos ahora.
Hoy todo es distinto porque la Derecha, incluso la que discrimina con odio al diferente, se siente amenazada, se siente incómoda con otra presencia que irrumpe en su vida. Esa incomodidad los despierta de su letargo y comienzan a sugerir que lo más cívico es que todos cuidemos del gobierno de Andrés Manuel, que seamos críticos. Andrés Manuel logró politizar a todos y eso ya no puede ser para mal y difícilmente tendrá marcha atrás. En el pasado hubo eventos traumáticos que, como sucedían lejos, allá en Iguala, allá en Tanhuato, allá en Atenco, allá en Acteal, no preocuparon demasiado a la Derecha para que tomara la actitud que hoy quieren tomar, esa actitud vigilante y crítica. No, es hasta ahora que el «México invisible» triunfa pacíficamente, en las reglas de todos, en las urnas, que los habitantes del «México estable» se sienten amenazados y en necesidad de defenderse en esa arena donde nunca se defendieron: la política. Antes la política se veía en la tele, se hacia con traje y corbata, con discurso y escritorio. Ahora entienden que es un quehacer diario, una actitud, por primera vez su sagrado postulado, «el cambio está en uno mismo», cobra un sentido más trascendente que no estacionarse en un lugar prohibido.
Hoy es un buen día, fue una mañana agradable. Se triunfó en una lucha política de años, lucha en que la “Derecha de a pie” no era parte consciente, sino era pretexto de justificación suficiente para mantener el negocio de la corrupción. El contento de la Derecha era una prueba de eficiencia, un esbozo de buen gobierno, un paraguas de realidad.
No se puede negar que, últimamente, un sector de la Derecha se volcó a la Izquierda, porque los problemas del “México invisible” empezaron a invadir este “México estable”, hubo ciertos dolores que compartimos. Ya no sólo se encuentra colgado al pobre, también puede ser el rico. Ahí la realidad ya no pareció tolerable y en aras de transformarse, la Derecha devino en pensamiento de cambio, en pensamiento de Izquierda. A esa Izquierda en el submundo de la Derecha, a la reciente y a la más espontánea y añeja, en el “México estable” se le discrimina, como si fuéramos traidores. Como si nos hubiéramos aliado con un enemigo. Será que amenazamos con resquebrajar la burbuja para dejar ver el mundo de afuera, un mundo desagradable de ver, porque estoy convencido que no hay ser humano que realmente comprenda la realidad adversa del México pobre, que pueda no conmoverse sin ser, en cierto grado, malvado. Esa conmoción ante la realidad viene acompañada de angustia que ya no nos deja trabajar tan tranquilos, ni ir a la reunión aristocrática tan cómodamente, porque es una idea que está siempre desquiciándonos. No es cómodo pensar en los problemas de los demás, y menos en problemas tan graves. Es al final un problema de comodidad. Pero eso ha terminado para muchos, y para los muy pocos que se resisten a observar todo, pronto la realidad se les impondrá. El gobierno de todos es ahora un gobierno que visibiliza, que nos quiere incómodos y participativos. Es un gobierno que se levantó incomodando a todos. Más visibles que nunca los males de México, es que ayer soñamos con una Patria Nueva y es que hoy despertamos con energía inquebrantable para construir.
En memoria de cada mexicana o mexicano que creyó en una Patria para todos y en agradecimiento profundo a los humildes de México, que, sin recursos y con esperanza, han soportado más que nadie para enseñarnos el camino de la libertad, la igualdad, la dignidad, la ciudadanía y la perseverancia.