Michoacán.- «Yo tengo 21 años y me dieron un cuerno de chivo, pero yo nunca había usado un arma. Nos dieron 4 mil pesos y nos dijeron que eso nos íbamos a ganar si nos portábamos bien», recuerda Cristian, un joven que sobrevivió al cautiverio en un campo de reclutamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
La víctima narra que hace cuatro semanas, realizaba sus labores de corte de jitomate en una siembra ubicada entre los límites de Jalisco y Michoacán, cuando un comando a bordo de dos camionetas doble rodado lo privó de la libertad junto a toda la cuadrilla con la que trabajaba.
Tras casi un día de trayecto, los hombres campesinos fueron ingresados a un cuarto donde les vendaron los ojos y los ataron de pies y manos. Tres días después, los captores les retiraron las vendas para que el jefe del comando que lideraba las operaciones, se presentara y acataran sus órdenes.
«Se presentó como ‘El Gallo’, allegado al señor ‘Mencho’, nos dijo que íbamos a trabajar para él ‘a huevo’, que si salíamos con algo ya tenía a nuestras familias ubicadas. Nos dijo que nos quitáramos los tenis, porque nos iban a dar unas botas, nos entregó un chaleco antibalas y un arma. Yo tengo 21 años y me dieron un cuerno de chivo, pero yo nunca había usado un arma. Nos dio 4 mil pesos y nos dijo que eso nos íbamos a ganar si nos portábamos bien», narra Cristian.
El jornalero, rememora que en ese centro de reclutamiento había más jóvenes ya adiestrados, con uniforme tipo militar y armas largas; algunos, revela, eran menores de edad de entre 15 y 16 años, que estaban a cargo de su vigilancia.
«Cuando despertaba escuchaba a algunos llorando, otros con hambre, todos tristes, porque no sabíamos qué nos iba a pasar, si nos querían matar, si nos iban a sacar los órganos», compartió.
Pero el terror apenas comenzaba. Luego de ser dotados de armas y vestimenta táctica, los treinta muchachos privados de la libertad fueron llevados a un cerro donde se enfrentaron contra otro grupo armado, situación que aprovechó para fugarse.
«En la primer chance que pude, corrí y escapé, llegué a un pueblito y ahí pude comer porque teníamos tres días que no nos habían dado ni agua ni comida. Ya no supe qué pasó con mis compañeros, algunos murieron porque los vi en la barranca, vi morir como a ocho donde fue el enfrentamiento y otros corrieron como yo», cuenta.
Ya a salvo en un poblado de Michoacán, Cristian temió denunciar lo ocurrido, pues asegura que la policía de la zona estaba coludida con el CJNG.
A un mes de haber estado cerca de la muerte, el joven, que antaño fue paramédico y bombero voluntario, no ha podido comunicarse con su familia para decirles que se encuentra bien.
Con huellas de golpes y raspones, Cristian sabe que es un sobreviviente y se dice agradecido con las personas que lo han ayudado; aún mantiene la esperanza de cumplir sus anhelos y pronto, volver a estar con su familia y su novia.
«Mi sueño era ayudar a mis padres como siempre les he ayudado. Somos gente humilde, de mi trabajo yo les proporcionaba dinero para la comida y cosas de mis hermanos más chicos. Quería hacer una casita para todos, quiero regresar con ellos».
Colectivos de búsqueda de desaparecidos, refieren que el caso de Cristian no ha sido el único, pues han brindado apoyo en el caso de más jóvenes privados de la libertad para ser obligados a trabajar para grupos delincuenciales, principalmente en la Tierra Caliente y Costa del estado, en las colindancias con Jalisco y Colima.