Un niño o niña creciendo en la pobreza, sin acceso a una educación de calidad y con oportunidades limitadas para involucrarse en actividades productivas, puede verse fácilmente atrapado(a) en un circulo de violencia que continúe hasta su vida adulta. Los costos de la violencia pueden ser apreciados no sólo en términos de vidas afectadas o perdidas, sino también en términos de las grandes cargas psicológicas y financieras que representan para los tejidos sociales, explica el reporte La Violencia Juvenil en México, realizado por el Banco de México.
Según las cifras expuestas, la situación de la violencia en el país ha transformado a los niños y jóvenes no solamente en victimas, sino también en agresores. Los niños y jóvenes de 10 a 29 años representan aproximadamente un tercio de la población mexicana. Es así como la tasa de homicidio juvenil se ha incrementado desde 7.8 en 2007 a 25.5 en 2013. Por otro lado, los jóvenes han sido responsables de la mitad de los delitos.
En lo económico, los costos directos e indirectos de la inseguridad y la violencia en México se estiman en miles de millones de dólares, representando una parte importante del producto interno bruto, entre el 8 y el 15 % del PIB.
“Nada puede ser tan descriptivo sobre la ruina y el fracaso de una sociedad, como el hecho de que un grupo de cuatro menores de edad, jóvenes y adolescentes, sean capaces de decidir, planear y ejecutar un cruento asesinato en contra de otro menor de edad, y que la causa para tan grave y condenable acto, hayan sido los celos o la envidia de uno de ellos”, afirma el analista Francisco Ortiz.
El homicidio de jóvenes se ha concentrado en el norte del país, según el informe. En cinco estados: Chihuahua, Sinaloa, el Estado de México, Baja California y Guerrero. Además, el uso de armas de fuego en homicidios juveniles casi se triplicó entre 2007 y 2013.
“Hay un factor importante que genera esas cifras, muchos jóvenes son asesinados en nuestra entidad, pero también otros tantos se convierten en crueles asesinos que se enfrentan a una legislación temerosa de sancionar a los menores infractores, aunque estos cometan los crímenes más cruentos y sanguinarios”, comenta Ortiz.
Y afirma que para los adolescentes, jóvenes y niños, no hay un vínculo directo entre ser o pertenecer a grupos criminales y convertirse en asesino. Citando como ejemplo dos casos ocurridos el año pasado en Chihuahua: las menores Ana Carolina y Karen, quienes no mantienen ninguna relación, pero ambas crecieron sin sus padres biológicos; las dos fueron adoptadas y al llegar a la adolescencia decidieron asesinar a sus familias para robarles.
Tanto una como la otra actuaron en compañía de sus novios y amigos, a los que convirtieron en criminales; y en una coincidencia, las dos quemaron los cuerpos para aparentar que todo era obra del crimen organizado.
“Los niños siempre mantendrán en alto o mínimo grado un carácter violento, pero casos en los que esa violencia se lleve al extremo y conlleve a matar son muy excepcionales. Y cuando sucede, lo que logra estremecer es que los concebimos sobrecogedoramente porque se supone que son inocentes. Para que un niño se convierta en asesino han de darse una serie de condiciones: que haya un daño cerebral que afecte a los mecanismos reguladores de la conducta y provoque una impulsividad extrema, o que tenga alguna vulnerabilidad de tipo biológico o psicológico”, comenta la psicoanalista Carmen Flores.
Y complementa que los elementos como la personalidad y oportunidad al mezclarse, provocan los asesinatos. “En la mayoría de las ocasiones no existe intencionalidad de matar. Lo que lo determina es la situación emocional determinada (celos, envidia, rencor), se encadena una serie de actos que pueden incluir la violencia, y según como se presenten las circunstancias, es como se provoca un homicidio. Descuidar, abandonar o desinteresarse de un menor, que por lógica es vulnerable, da paso a la oportunidad, componente de suma importancia al cometer asesinatos”.
Abandono, pobreza, carencias emocionales y malos tratos son los principales ingredientes comunes de homicidios perpetrados por menores. Sin que signifique que todos los menores con dichas características se convertirán en asesinos. Un niño maltratado puede llegar a ser un maltratador si queda atrapado en el sufrimiento, pero no es una ley.
“Sin embargo, la mayoría de los niños asesinos mantienen un historial de malos tratos, tanto físicos como psicólogos, que finalmente desata una violencia que se refleja en la manera en que se ensañan y matan, porque mantienen latente el deseo inconsciente de destruir una imagen de incapacidad de defensa, que les recuerda su propia condición de víctimas, por eso un niño maltratado es un asesino en potencia, no siempre pasa afortunadamente”, agrega Flores.
La UINICEF estima que en México, el 62% de los niños y niñas han sufrido maltrato en algún momento de su vida; 10.1% de los estudiantes han padecido algún tipo de agresión física en la escuela; 5.5% ha sido víctima de violencia de sexual y un 16.6% de violencia emocional.
En la actualidad más de 500 menores se encuentran internados en Centros de Reintegración Social y Familiar y la impunidad provocó un aumento del 100 % en la participación de menores y jóvenes en actos delictivos.